El puerto bullía de actividad por todos lados, el comercio crecía de acuerdo a las necesidades de los habitantes, una gran cantidad de barcos atracaban en la bahía y hacían sonar sus pitos y sirenas. Los estibadores se movían presurosos de acá para allá, los marineros caminaban por las calles hablando diversidad de idiomas, haciendo que las calles adoptaran un ambiente similar a una “Babel” de nacionalidades.
No estamos hablando de Valparaíso, ese era el ambiente que se vivía en el puerto de Corral a principios del siglo XX, cuando la actividad comercial y marítima había logrado un desarrollo evidente y que tenía un notable tránsito comercial hacia Valdivia y de ahí hacia el resto de Chile y el mundo.
Junto a las compañías navieras, fundadas en su mayoría por descendientes de colonos alemanes, a fines del siglo XIX, surgió un nuevo rubro comercial que marcó una época, destacando la Sociedad Ballenera de Corral que funcionó entre 1906 a 1936.
Esta empresa de capitales extranjeros se dedicó a la caza de ballenas y aprovechar su carne, aceite y huesos, siendo pionera de este rubro en Chile. Ahora es parte de un pasado lejano e incluso aún en nuestros días se conservan las fichas que entregaban a los obreros que se desempeñaban en la ballenera para adquirir mercancías, sistema copiado de las salitreras del norte.
Algunas de esas fichas o monedas son vendidas en plataformas digitales para los amantes de la historia o de la numismática.
De acuerdo a la investigación expuesta en el libro Episodios de la vida de Corral de Carlos Núñez Jara la industria ballenera del puerto de Corral fue la primera en su género, explotando un vasto litoral marítimo comprendido entre la isla Santa María, en la región del Biobío, hasta el Golfo de Penas, en la Región de Aysén.
Asimismo el sitio de recopilación histórica de Julio C. Avendaño –www.historiadevaldivia-chile.blogspot.com- indica que no hay mucho registro acerca de la caza de ballenas en la costa valdiviana, aunque hay un testimonio del afamado escritor Francisco Coloane que habla que su padre se vinculó a la caza artesanal en la zona.
“Mi padre Juan Agustín Coloane Muñoz (…) fue cazador de focas, después cazador de ballenas, pero con arpón, en la factoría ballenera de puerto Calvario, al sur del puerto de Corral, en Valdivia”, indica en su relato.
El mismo sitio web histórico menciona posteriormente de una compañía pesquera y ballenera formada por Paulino Araya en 1902 y que se ubicaba en la ensenada de San Carlos, en Corral. Dicha empresa cazaba ballenas en chalupas a remo y con arpones de mano y las llevaban a la playa de Amargos a través de unos remolcadores.
Posteriormente Araya vendió su compañía a empresarios noruegos, pero su nombre figuró como uno de los accionistas de la Sociedad Ballenera y Pescadora de Valdivia.
Esta sociedad fue iniciada por Klempau, Anwandter y Bentjerodt y desde 1907 se transformó en la sociedad Anwandter, Bentjerodt y Cia.
Según el libro Episodios de la vida de Corral, de Carlos Núñez, la compañía adquirió dos vapores, el Germania y el Noruega y con los años se sumaron el Simpson, el Pihuín, el Scott, el Fir, el Ballena y el San Carlos, este último encargado de transportar el aceite desde la faenadora hasta Corral donde era envasado y embarcado en el puerto en barcos mercantes ingleses.
El Germania llegó a Valdivia el 29 de agosto de 1906 y era capitaneado por el marino danés H.C Korsholm, remolcando una ballena y saludando a la ciudad con un disparo de su cañón arponero, según expresa el sitio web de Julio C. Avendaño.
El danés Korsholm, que era accionista de la Sociedad Pesquera y Ballenera de Valdivia, pronto propuso otro negocio, sumar capitales noruegos a la zona. Según Avendaño, en octubre de 1908 viajó a Noruega y logró interesar al empresario Lars Christensen que pertenecía a una importante familia ballenera de Sandefjord.
Christensen reunió un capital interesante y adquirió la antigua sociedad por 325 mil coronas, además del buque Noruega por otras 45 mil coronas e instaló una fábrica de guano.
El empresario noruego viajó a Corral a fines de 1909 y conoció las instalaciones, quedando satisfecho de la producción de aceite y guano y, de paso, dejando a su hermano Soren Christensen como uno de los principales accionistas de la compañía que pasó a llamarse Sociedad Ballenera Christensen y Cia.
Si bien, la empresa logró buenas capturas de ballenas en zonas como isla Mocha, Melinka y Golfo de Penas, Christensen no quedó conforme del todo, además su planta de guano no producía lo que esperaba, considerando los retrasos en la construcción de la misma, y finalmente vendió la compañía por un millón de coronas al empresario noruego Wilhem Jebsen, de la ciudad de Bergen.
La empresa cambia el nombre en 1911 a Sociedad Ballenera de Corral y sus barcos comienzan a funcionar con bandera chilena.
Con la nueva administración se adquirió más embarcaciones y nuevo equipamiento y hasta una licencia de la República de Ecuador para cazar cetáceos en las costas de las islas Galápagos, además de en las islas Orcadas del Sur, en el océano Atlántico, pero los resultados de la producción no convencían a los noruegos, un total de 9.600 barriles de aceite que se enviaron a Europa en enero de 1913.
El 4 de febrero de 1913 otra mala noticia sacudió a los balleneros cuando su buque factoría Tioga naufragó cerca las islas Orcadas del Sur, en un lugar que hoy se conoce como puerto Jebsen.
Los noruegos finalmente decidieron dejar el negocio en Corral y lo vendieron a un consorcio chileno cuya principal cabeza fue el valdiviano Jorge Anwandter, que hacía unos años estuvo en el negocio. La sociedad quedó legalizada el 24 de julio de 1914.
El presidente de la compañía fue Enrique Kock y el gerente y principal accionista Jorge Anwandter.
La Sociedad Ballenera de Corral sobrevivió más tiempo, gracias al cierre de la Sociedad Ballenera de Magallanes, su principal competencia en los mares sureños.
La prensa de aquellos años habla que la compañía daba trabajo a 80 personas y que con el aceite que se exportaba se fabricaban jabones, lubricantes o base para pinturas, mientras que los huesos eran utilizados como abono para la agricultura.
Durante los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la actividad ballenera decayó, pero la sociedad corraleña siguió funcionando, hasta que Jorge Anwandter, en 1918, pidió al ministro de Hacienda la disolución anticipada de la empresa, argumentando que estaba en la lista negra del Comité de Aliados de Valparaíso –de mayoría británica-, puesto que la totalidad de los accionistas eran descendientes de alemanes y de dicha nacionalidad.
Aún había resquemores por la Gran Guerra, especialmente entre las colonias alemana y británica de Chile, de hecho se especula que la colonia británica que estaba instalada en Valdivia dejó la ciudad entre 1914 y adentrada la década del 20 por la hegemonía germana que tenía.
Para que no se incurriera en la paralización de toda la producción se decidió que Jorge Anwandter se hiciera cargo de todas las acciones y el 30 de diciembre de 1918 se hizo el traspaso. Legalmente la nueva Sociedad Ballenera de Corral quedó constituida en octubre de 1920.
En 1924 la sociedad decide sumar a la Sociedad de Pesca Thomassen, que en 1917 administraba la planta ballenera de San Carlos y sumando una planta faenadora en isla Guafo.
En la década del 30 el negocio empezó a decaer y eso se acrecentó con el naufragio del navío cazador Ballena en 1930, lo que provocó graves pérdidas económicas, eso sumado a la escasez de ballenas en las costas sureñas.
La sociedad ballenera no pudo exportar a Europa y tuvo que conformarse con abastecer el mercado interno nacional, eso implicó la importante reducción de los sueldos de los trabajadores.
En 1932 hubo un alza que hizo pensar en que los tiempos de crisis se iban a acabar, pero al año siguiente fallece Jorge Anwandter, el principal accionista de la compañía.
La empresa decide vender a la Sociedad Industrial S.A. Indus y se confirmó el traspaso en diciembre de 1935 donde ésta debía hacerse cargo de los pasivos de la firma corraleña. Las plantas en Corral siguieron siendo usadas todo el año 1936.
A comienzos de la década de 1940 se demolieron las dependencias de la planta faenadora en San Carlos y la empresa se trasladó hacia Quintay, en la región de Valparaíso, aunque aún quedan vestigios de lo que fue esa grandiosa industria en la costa.
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