No tenía ni 15 años cuando Camilo dejó Valdivia para siempre.
Su nuevo destino fue Lima, la ciudad más importante de Sudamérica a fines del siglo XVIII y ahí forjaría su vida religiosa, pero también saciaría su sed de conocimiento y que lo llevaría incluso a enfrentarse hasta tres veces con la Inquisición Española.
Camilo Henríquez González se transformó en prócer de la independencia de Chile, pero también fue un hombre de contradicciones.
Fue padre del periodismo nacional, ingresó a la masonería pese a su condición de religioso, se quitó la sotana a su regreso a Chile durante el gobierno de Bernardo O’Higgins, fue tratado de hereje, mantuvo una sospechosa relación con una dama santiaguina hasta su muerte y murió reconociendo su fe católica en su testamento.
Un 20 de julio de 1769, hace 253 años, nació en Valdivia Camilo Henríquez González, hijo del oficial del Regimiento Fijo Valdivia Félix Henríquez Santillán y la dama Rosa González y Castro.
Camilo nació en una casa que pertenecía a su abuela materna, Margarita de Castro, ubicada en la calle de Los Canelos, actual calle Yungay, en Valdivia.
No hay total precisión acerca de si la casa que hoy es el Juzgado de Policía Local haya sido la cuna del prócer del periodismo.
Según una crónica del abogado Walter Reccius, publicada en el antiguo diario El Correo de Valdivia hace unos años, indica que hay un error al sindicar que dicha casa haya sido de la familia de Henríquez. El profesional expresa en la columna que la verdadera casa era una que estaba al lado y que poseía un antejardín.
Reccius añade que dicha casa la ocupó un cónsul de Alemania, Alfredo Bukhard, y que se mantuvo casi sin cambios hasta fines del siglo XIX, pero posteriormente fue demolida en una fecha que no supo precisar.
El mismo abogado en su columna asegura que los Henríquez poseían otra casa en lo que hoy son las calles Carampangue con Avenida Alemania y que ahí habría pasado su infancia Camilo Henríquez hasta que su tío Juan Nepomuceno González, miembro de la orden de los Ministros de los Enfermos Agonizantes de San Camilo de Lelis, se lo llevó a Lima en 1784 para iniciar su vocación religiosa.
Según el libro “Camilo Henríquez” de Miguel Luis Amunátegui, en Lima, el joven Camilo fue alumno de fray Isidoro de Celis, autor de obras sobre lógica, matemáticas y física, y un fuerte defensor de la ciencia, el racionalismo y el humanismo.
El 28 de enero de 1790 profesa como sacerdote y posteriormente, se enclaustra para proseguir sus estudios. Allí entabla amistad con José Cavero y Salazar, un compañero de estudios, quien más tarde se convertiría en un destacado miembro del primer gobierno independiente de Perú y embajador en Chile.
Durante su permanencia en Lima, Henríquez frecuentó los círculos literarios y se asoció con miembros de la sociedad local.
¿Habrá tomado contacto con la masonería? No lo sabemos, pero fue en esa época que la Inquisición Española lo acosó y encarceló hasta en tres ocasiones.
Según el historiador José Toribio Medina, Henríquez fue procesado por la Inquisición en 1796, en 1802 y finalmente en 1809.
La lectura de “El contrato social” de Rousseau, de “El año 2440” de Louis Sébastien Mercier y de obras de Voltaire, filósofos franceses prohibidos por la Corona Española y la Iglesia Católica, habrían sido causa para tener al joven fraile bajo la mira.
Según el ensayo sobre la Vida y los escritos de Camilo Henríquez, de Luis Montt, indica que Henríquez fue sometido a prisión y como la Inquisición no era muy presta para hacer sus juicios el fraile pasó un buen tiempo en los calabozos de Lima.
En el texto “Anales de la Inquisición” del historiador peruano Manuel Palma Soriano indica que se sorprendió a Henríquez que guardaba sus libros de filósofos franceses dentro del colchón de su cama y fue llevado de inmediato a las mazmorras.
Sólo la orden de los frailes de la Buena Muerte fue en su auxilio y se permitió que un fraile de apellido Bustamante lo examinara en su fe y atestiguara la “ortodoxia” del catolicismo del acusado.
Pero como era cierto que el fraile leía libros prohibidos fue sentenciado al destierro a Quito en 1810.
Camilo Henríquez regresó a Chile en 1811 para unirse a la causa independentista.
En 1811, durante el alzamiento llamado Motín de Figueroa, perpetrado por el militar realista Tomás de Figueroa, quien sirvió varios años en Valdivia, fue a Camilo Henríquez a quien se le encomendó confesar al condenado.
Figueroa, que conocía a Fray Camilo, se rehusó a ser confesado por un “cura patriota”. El oficial moriría después ante un pelotón de fusilamiento.
En 1812 un tal Quirino Lemachez escribía una encendida proclama: “La naturaleza nos hizo iguales y sólo en virtud de un pacto libre hecho espontánea y voluntariamente, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable”.
Era la pluma de Camilo Henríquez que daba rienda suelta a sus ansias de libertad de la Corona Española.
El ensayo contenía indicios del nacionalismo chileno temprano, afirmando que "algún día se hablaría de la república, el poder de Chile, la majestad del pueblo chileno", según indica el libro “Una historia de Chile” de Isaac Joslin Cox.
"Ya tenemos en nuestro poder el gran y profético instrumento de la iluminación universal, la imprenta... Después del triste e insoportable silencio de tres siglos —¡siglos de infamia y lamento!— la voz de la razón y la verdad se hará oír entre nosotros ..."
Así abrió Henríquez la primera edición del primer periódico nacional “La Aurora de Chile” un 13 de febrero de 1812. El periodismo chileno había nacido.
La Aurora se publicó hasta el 1 de abril de 1813 y posteriormente Henríquez colaboró con “El monitor araucano” a partir del 23 de junio de 1813.
El fraile valdiviano inicia también su vida política como diputado del primer Congreso Nacional y ayudó a redactar el Reglamento Constitucional Provisorio de 1812 y la protección de los indígenas.
Toda esa actividad se frena con la batalla del Desastre de Rancagua entre el 1 y 2 de octubre de 1814.
Camilo Henríquez sufre la pérdida de su hermano el subteniente José Manuel Henríquez, alcanzado por una bala en las trincheras de Rancagua, y sufre el exilio hacia Argentina.
En la nación trasandina colaboró como periodista de La Gaceta de Buenos Aires y El censor y permaneció hasta 1821 en dicha nación.
El 15 de noviembre de 1821 el entonces director supremo Bernardo O’Higgins escribe una carta al fraile y le pide que regrese a Chile.
El 8 de febrero de 1822 inicia su viaje de regreso al país y O’Higgins lo nombra capellán del Ejército de Estado Mayor General, situación que lo enfrenta con fray Tadeo Silva, pues a su regreso Camilo Henríquez dejó de usar el traje talar (sotana).
Parte de la curia santiaguina la trató de hereje y cuestionó su modo de vida.
Henríquez ajeno a esas polémicas se abocó a trabajar en periódicos santiaguinos y a implementar el sistema lancasteriano de la enseñanza en Chile, de acuerdo a una encomienda de O’Higgins. Además es nombrado bibliotecario de la Biblioteca Nacional y estuvo a cargo de la edición de La Gaceta Ministerial de Chile.
En 1823 es nombrado diputado por Chiloé y Copiapó, pero su salud comienza a decaer.
Según Miguel Luis Amunátegui, en enero de 1825, sintiendo la cercanía de la muerte pide redactar su testamento y deja como su heredera universal a Trinidad Gana, mujer con la que vivía y que lo asistió durante su enfermedad.
Lamentablemente no hay mayores datos de Trinidad Gana y no está del todo claro si mantenía una relación sentimental con ella.
Pese a su condición de masón, en su testamento ratifica su fe cristiana, recibe los sacramentos y firma el documento como Dr. Henríquez, es decir, sin señalar condición de vida consagrada.
El 16 de marzo de 1825 Camilo Henríquez dejó este mundo en su casa de calle Teatinos 33 y en el regazo de su compañera Trinidad Gana.
Desde el cerro Santa Lucía se dispararon salvas en honor del fraile periodista que supo forjar los inicios de la prensa y de las ansias de libertad de la nueva república.
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