Hace tiempo que tengo decidido por quién voy a votar. Lo sabe mi familia, mis amigos y en general quienes me conocen más o menos cercanamente. Desde que tengo uso de razón he reconocido factores de influencia sobre mi forma de pensar.
Me viene por herencia, a pesar de que el principal referente de mi forma de sentir, mi padre, falleció hace 44 años. El viejo me dejó enseñanzas y modelos que he tratado de aprovechar de la manera más honesta posible. Como era humano también me mostró algunas caritas tristes para que no las repitiera al llegar a la madurez.
Por respeto a mis colegas editores, no voy a dar nombres ni mayores pistas relacionadas con lo que deseo hacer el domingo. Siempre he creído que el periodista, por muy ladeado que esté en sus preferencias, de todo tipo, debe saber mantener una postura que le asegure algún reconocimiento de parte de quienes lo leen, lo ven o lo escuchan.
Lo que sí puedo decir es que no me gusta que el país esté enfrentado a una decisión con tan pocos grises. Como nunca, hay dos posiciones claramente contrapuestas. Es blanco o es negro, lo que no es bueno para nadie, por mucho que en los últimos días ambos candidatos hayan intentado mostrarse más tolerantes y dispuestos a recibir sugerencias de la gente que está al medio y que, paradojalmente, es la mayoría de los chilenos, la que, sin saber cómo ni por qué, quedó justo al centro de una avenida a la hora de mayor tráfico.
Frente a esto, lo que nos queda esperar que pase lo que pase dentro de algunas horas la polarización no se agudice, que el bando vencedor imponga sus criterios sin pasar por encima del adversario, y que el sector menos votado no haga de la situación un motivo de vendetta, que parta por negar la sal y el agua a quienes van a tomar las riendas a partir de marzo.
Hay tanto por hacer en favor de los chilenos, que un clima de enfrentamiento e intransigencia solo va a servir para perder lo que hemos avanzado, que es bastante, por mucho que algunos crean que está todo mal hecho y que hace falta quemarlo todo para empezar de nuevo; o que otros aseguren que es necesario volver a los días más oscuros de nuestra historia para terminar con algunos males que hoy afectan a nuestra sociedad.
Debemos esforzarnos para que la marcha no se detenga. Hay que asegurar el acceso lo más equitativamente posible al trabajo, la educación y la salud, los pilares que llevan mucho tiempo corroídos por deficiencias, pero a la vez hay que preocuparse por asuntos como el combate efectivo narcotráfico, o la violencia sin sentido ni causa.
Además deben ser prioritarios el cuidado del medio ambiente y la calidad de vida de la gente de todas las edades.
Pase lo que pase el domingo, tenemos que ser capaces de recuperar el optimismo. Hay muchos chilenos, de uno y otro sector, que están atemorizados. Mientras por un lado la propaganda se enfoca en hacer creer a los ciudadanos que si ganan los adversarios van a llegar los tanques soviéticos a arrasar con todo lo que encuentren en pie, los más duros de la otra vereda se empeñan en sostener que serán los panzer de Hitler los que no van a dejar piedra sobre piedra.
Cabe recordarles que la Guerra Fría terminó por congelarse hace ya bastante tiempo, por lo que pensar en regímenes extremos resulta, cuando menos, exagerado.
De todas formas, es conveniente que cada uno de nosotros ponga lo mejor de su parte para que la democracia, que tanto debemos cuidar, no vuelva a ser tocada por manos malévolas.
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