Desde sus inicios la relación del ser humano con la naturaleza fue una mezcla de veneración y temor. Sin embargo, esta relación cambió a partir de la época de la Revolución Industrial. El desarrollo tecnológico surgido en esta época permitió al ser humano sentirse dominador de la naturaleza y pasó a considerarla simplemente un medio del que extraer recursos para su beneficio. Recursos que cada vez necesitamos en mayor cantidad, debido a un crecimiento desmesurado de la población y a nuestro afán por consumir, y que para conseguirlos no tenemos reparos en interferir en los procesos naturales que regulan el funcionamiento del planeta.
Las condiciones ambientales del planeta han ido evolucionando durante millones de años debido a procesos químicos y biológicos hasta alcanzar una composición atmosférica que ha permitido el desarrollo de la vida tal y como la conocemos. La composición actual de la atmósfera es fruto de delicados equilibrios entre las transformaciones naturales de los compuestos y los seres humanos, mediante nuestras actividades, los estamos modificando. Los cambios causados afectan principalmente a la concentración de gases que están presentes de forma minoritaria, tales como el ozono y el dióxido de carbono, y que son fundamentales para protegernos de los rayos ultravioleta y mantener estable la temperatura del planeta, respectivamente. En la década de los 70 del siglo pasado, varios científicos dieron la voz de alerta sobre la disminución de la capa de ozono y de cómo ciertos compuestos originados por el ser humano contribuían a su destrucción. En esa ocasión el mundo entendió lo importante que era la capa de ozono y se aunaron esfuerzos para prohibir el uso de los compuestos que la destruían. Los resultados de esta medida tardaron años en llegar, pero están ahí, mostrando que afortunadamente el nivel de ozono se está recuperando. Un caso similar está pasando con el dióxido de carbono. Hay evidencias indiscutibles de que el aumento de su concentración, debido a acciones humanas tales como el uso de combustibles fósiles y la deforestación, está provocando el calentamiento global del planeta. Sin embargo, en esta ocasión gran parte del mundo prefiere mirar para otro lado debido al gran impacto que tendría sobre el modelo económico actual, y por lo tanto sobre la sociedad, el tomar medidas drásticas para reducir la concentración de CO2, algo que no ocurría en el caso de los compuestos destructores de la capa de ozono.
Si queremos sobrevivir como especie a largo plazo debemos ir hacia un nuevo modelo económico diseñado en base al funcionamiento del planeta: usar solo energía renovable, no generar residuos ni productos tóxicos y respetar la biodiversidad. Dicha transición debe hacerse de forma progresiva para minimizar posibles impactos sociales negativos. No obstante, quizás no disponemos de mucho tiempo para realizarla, ya que los efectos del cambio climático están dejándose notar cada vez más.
Sabemos de la necesidad de realizar esta transición. Esto ha incidido en el desarrollo de políticas públicas y de la apuesta por lo “eco” en las empresas, aunque no siempre con un mismo propósito sostenible. En todo caso, las grandes acciones necesarias para combatir este futuro incierto en lo climático deben provenir de nosotros mismos ya que es la suma de todas nuestras pequeñas acciones cotidianas, es decir, nuestros hábitos de vida lo que está cambiando el clima. Debemos tomar conciencia de que esas pequeñas acciones son el timón con el que guiamos día a día el rumbo de la Humanidad.
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