El suelo orgánico natural es la matriz que sustenta la vida, tanto de los ecosistemas terrestres con toda su biodiversidad como la de nuestra especie. La capa delgada de suelo que se mide en decímetros y se ha formado en milenios, milímetro a milímetro, a través de procesos físicos, químicos y biológicos complejísimos, es un sustrato frágil sujeto a dañarse hasta perderse por intervenciones humanas de toda índole.
En términos generales, como sociedad estamos conscientes de los daños que causan la deforestación, como son: incendios forestales, prácticas agrícolas inadecuadas y la pérdida de suelos por la creciente urbanización de áreas anteriormente rurales. Desde lo local, un aspecto especial de la urbanización en Chiloé es la tendencia a la parcelación de predios agrícolas para su transformación en sitios de agrado que conlleva a una fragmentación cada vez mayor de coberturas boscosas y también de suelos que hace siglos se han destinado a la agricultura de subsistencia clásica chilota, reconocida con el sello SIPAM, sigla referida a los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial, por su valor sociocultural y sus prácticas ancestrales intrínsecamente sustentables.
En este contexto llama la atención un fenómeno nuevo que genera un creciente impacto. La existencia de cada vez más maquinaria pesada en manos de pequeñas empresas ha generado un mercado de movimiento de tierras que ya no se limita a la apertura de caminos públicos y privados (intraprediales), sino que facilita la nivelación de sitios de construcción, tanto para casas habitación como para complejos mayores de edificación. También se utilizan excavadoras para el desmonte y modificación del paisaje, con cada vez menos miramiento tanto por la belleza escénica como por los servicios ecosistémicos básicos a nivel de paisaje. Da la impresión que cualquiera con tal de acreditar dominio de un terreno puede arrogarse intervenir el paisaje. Estamos viendo cómo las formas orgánicas de los conocidos “lomajes suaves” del mundo rural chilote presentan cada vez más heridas en forma de cortes y taludes artificiales. Hace falta consciencia, pero también regulación con sanciones efectivas para proteger las superficies de tierras rurales, herencia de milenios de historia geológica y ecológica de nuestra madre tierra.
Como científicos motivados por la restauración de los ecosistemas y la recuperación del bosque nativo, hemos estado plantando durante todo junio, y este fin de semana realizaremos el Festival de Conservación Pala en Mano, que busca justamente trabajar en la conservación del suelo chilote, de la mano de la sociedad civil, las autoridades territoriales, el sector privado y la academia. La iniciativa busca plantar 10.000 árboles y cumple con los estándares de la Restauración Ecológica, una disciplina forestal y medioambiental que pretende reconstruir ecosistemas lo más cercanos a los que existían en los lugares con anterioridad a la intervención humana.
Necesitamos no sólo intenciones sustentables, sino planes de acción. En este sentido, nuestro plan de reforestación con especies como coihue, canelo, ulmo, notro, arrayán, luma, meli, olivillo, mañío, maqui, trevo y tiaca, contrarrestará en parte el daño ocasionado a nuestro suelo. Este tipo de acciones permiten aumentar la masa de bosque nativo, restaurar el suelo y mejorar su calidad, potenciar la capacidad de captura de dióxido de carbono, crear corredores biológicos, mejorar la capacidad de retención de agua potable, proteger la flora y fauna de la isla, y aportar para limitar el aumento de la temperatura en el planeta. Sólo se trata de devolverle la mano a nuestro entorno... ¿trabajemos juntos?.
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