En un país donde los conflictos históricos suelen ser ignorados o explotados políticamente, el informe final de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento representa un gesto profundamente republicano.
La entrega de este documento al Presidente Gabriel Boric no es solo un acto simbólico, sino un paso concreto hacia la solución de uno de los desafíos más complejos de nuestra convivencia: la relación entre el Estado de Chile y el pueblo mapuche.
Resulta lamentable, aunque no sorprendente, que sectores de la ultraderecha intenten descalificar este esfuerzo acusándolo de “octubrista” o de tener “tintes de ultraizquierda”. Tal acusación, más que una crítica de fondo, es una muestra de la miopía política de quienes prefieren el inmovilismo o la represión antes que el diálogo democrático. Decir que una propuesta que nace del trabajo conjunto de personas de distintas sensibilidades políticas es “de ultraizquierda” es simplemente mentirle al país.
La Comisión trabajó durante casi dos años, realizó más de 150 audiencias y 170 encuentros territoriales, y recogió la voz de más de 5.000 personas. ¿Qué hay de extremista en ese ejercicio democrático? ¿Desde cuándo escuchar a las comunidades, a las iglesias, a los gremios, a las universidades, a víctimas y a empresas es propio de una sola ideología? Lo que vimos en este proceso fue todo lo contrario: una muestra concreta de que el diálogo entre quienes piensan distinto es no sólo posible, sino necesario.
El resultado es un documento histórico, respaldado por 7 de los 8 comisionados —personas con trayectorias y visiones políticas diversas— que presenta una ruta clara para la restitución de tierras, el reconocimiento del pueblo mapuche y la reparación a todas las víctimas de la violencia. La violencia y el terrorismo, como bien se ha señalado, no tienen cabida. Pero tampoco tiene cabida la negación de los derechos de los pueblos originarios ni el olvido de las deudas históricas del Estado.
Frente a las voces que promueven el enfrentamiento y la simplificación, la Comisión ha propuesto una solución de Estado. No estamos ante un mero gesto simbólico ni ante una declaración de buenas intenciones: el informe contiene propuestas concretas que deben ser evaluadas con seriedad y valentía.
Este no es un triunfo del gobierno ni de un sector político: es un triunfo de la democracia, del entendimiento y de la voluntad de construir un país donde nadie sobre. Y si hay algo que Chile necesita con urgencia, es precisamente eso: más diálogo, más justicia y más coraje cívico para enfrentar lo que muchos prefieren barrer bajo la alfombra.
Porque como dijo el Presidente Boric al recibir el informe: “la democracia y la paz son siempre el camino”.
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