La Fundación Hijos y Madres del Silencio enfrenta una de las misiones más conmovedoras y complejas en nuestro país: reunir a familias que fueron separadas por adopciones ilegales ocurridas entre los años 1965 y 2000.
Se estima que estos casos superan los 20 mil, muchos de los cuales ocurrieron bajo la participación directa o indirecta de agentes del Estado, personal de salud, religiosas y funcionarios del Poder Judicial.
El trabajo de la organización se extiende desde la Región Metropolitana hasta el sur del país, particularmente en las regiones de Los Ríos y Los Lagos, donde han logrado concretar alrededor de 25 reencuentros entre padres, madres e hijos separados hace décadas.
Maritza Solís Gallardo, originaria de La Unión y radicada en Puerto Montt desde hace 25 años, es la coordinadora regional de la Fundación. Su propio camino en la búsqueda de su madre biológica la llevó a involucrarse de lleno en esta causa. Fue acogida por la organización en 2017, y desde entonces ha sido una pieza clave para canalizar denuncias, orientar búsquedas y gestionar reencuentros.
“Mientras más ayuda tengamos, mejor cumplimos el rol que nos hemos propuesto”, señala Solís a Grupo DiarioSur.
Según su testimonio, las adopciones ilegales no fueron hechos aislados. “En La Unión, por ejemplo, existía una red que involucraba a monjas y personal del hospital. Convencían a las madres para dejar a sus hijos en hogares temporales y cuando querían recuperarlos, les decían que habían fallecido. Pero en realidad, esos niños habían sido enviados al extranjero”, relata.
Las justificaciones eran diversas y siempre respaldadas por las versiones de los profesionales de la salud. “A muchas madres les decían que sus guaguas habían nacido muertas y que sus cuerpos se usarían para investigación. Años después, sus hijos los buscan y se enteraban que nunca murieron”, agrega.
Maritza Solís da cuenta de una estructura compleja y organizada, con la participación de matronas, asistentes sociales, jueces y otros funcionarios. “No se trataba de actos de buena voluntad. Los niños eran vendidos. Era un sistema que lucraba con la separación de familias vulnerables”, afirma.
Actualmente, la Fundación trabaja con el ministro en visita Alejandro Aguilar y con la Policía de Investigaciones, especialmente con la Brigada de Derechos Humanos en Santiago. Todas las denuncias que llegan son derivadas y analizadas con seriedad y profesionalismo.

Los reencuentros son momentos profundamente humanos. “Hace poco ayudamos a un hombre de Valdivia a encontrar a sus hijas gemelas, adoptadas en Europa. En la videollamada, supo que una había fallecido, pero que la otra nunca dejó de buscarlo. Son escenas muy duras, pero también de mucha esperanza”, relata Solís.
Otro caso reciente llegó a la Fundación. A través de sus redes sociales, recibieron el mensaje de Emanuel Lindbäck, un chileno adoptado en Suecia.
“Fui adoptado en Valdivia a comienzos de los 80. Mis padres se llamaban Mario Ferreira Leiva y María Angélica Jeldres Fuentes. Descubrí que han fallecido, pero que tengo hermanos. Ahora los busco”.
La Fundación activó su red de búsqueda para rastrear a sus hermanos, también enviados al extranjero. Casos como este no son excepcionales. “Tenemos muchos casos de niños —ahora adultos— que viven en Alemania, Francia, Suecia. Son búsquedas difíciles porque hay cambios de idioma, cultura, pero hay un llamado interior que los empuja a buscar sus orígenes”, dice Solís.

La historia de Maritza Solís también está atravesada por la separación. Fue ella misma quien buscó a su madre biológica con la ayuda de la Fundación. “Me enteré, mágicamente, que mi madre también se había venido a vivir a Puerto Montt hace 30 años. Yo llevo 25. Podríamos habernos cruzado mil veces sin saber que éramos madre e hija”, cuenta.
Hace tres años logró concretar el reencuentro. “No lo hice por ser desagradecida con la familia que me crió. Lo hice porque quería conocer mis orígenes. Es un derecho. Esta Fundación me dio las herramientas para lograrlo”, sostiene.
La Fundación Hijos y Madres del Silencio trabaja con un equipo reducido y sin financiamiento estatal. “A veces ponemos de nuestro propio bolsillo para costear gestiones, pero cuando logramos un reencuentro, sentimos que no tiene precio. Ver a una madre adulta reencontrarse con su hijo después de 40 ó 50 años, no tiene precio”, indica Solís.
Y agrega que “todas las personas que estén interesadas en que las podemos ayudar nos pueden escribir con toda confianza al correo email hmdelsilencio@gmail.com o a través de Facebook de la fundación. Espero que se atrevan porque hay muchas personas en el exranjero que están buscando a sus padres y es necesario reunir a las familias”.
Esta tarea, sin final definido, sigue sumando historias. Algunas de dolor, otras de reencuentros; todas necesarias para reconstruir una verdad que por décadas fue silenciada. Recibe nuestras noticias en: WhatsApp | Instagram | Newsletter.
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